Monotonía y conversaciones con el corazón...

Sí, es ella. Reconocería su pelo en cualquier enredo, y sus piernas.. También sé que le encanta el café solo, pero que lo prefería conmigo.

Por eso está ahí. Sola.

Me acuerdo de ese vestido. Y de las medias que ahora mismo envuelven toda esa fuerza con la que pisa el adoquín. Es ella. Y no la confundiría con ninguna simplemente porque ella va más allá; siempre llegaba tarde a nuestras citas, nunca me besaba como yo quería en público, y solo a veces me dejaba ser yo quien preparase el café.. Pero aún así era ella la que sabía sonreírme de esa manera tan suya. De esa única forma que conseguía envolverme y morderme el cuello a través de kilómetros.

Es extraño que le recuerde tanto, lo sé, y que hasta aún sepa a qué le huele la piel, pero es que esa espalda levantó mis cuerdas del fondo; ella me salvó. Me sacó de ese bucle vicioso en el que me metí yo solo, y además, consiguió que la abstinencia fuese menos dolorosa gracias a dejarme esnifar las ganas de vivir que amanecían cada mañana en su nuca.

Ella mataba y revivía. Era el infierno que se fundía en mi boca y, aún sin alcohol, sus copas conseguían ser las más etílicas.

No me preguntes por qué me ha dado por pensarla tanto hoy. No lo entiendo ni yo. Pero creo que en el fondo me duele que haya conseguido aprender a tomar café sin mi, y más aún que sus vestidos se deslicen por su cuerpo y posen en el suelo sin mi ayuda.

Me duele no tenerla y me duele dejarla sola y sin azúcar. Pero sé que está mejor sin mi; mejor sin hablar en plural, mejor sin nosotros.


Respondiendo a las preguntas tontas de mis amigas, supongo que gracias a ellas me conozco un poco más...

— Oye, ¿Y tú por qué odias la Navidad?
— No es que la odie, pero sí odio que me hagan disfrazarme de princesa la noche que más me apetece ser Cenicienta; vestida con una camisa cualquiera, sin zapatos y en bragas.
También odio que me obliguen a quedarme viendo alguno de esos conciertos pregrabados donde los famosos sonríen de oreja a oreja y nos desean 'todo lo mejor en este día' habiendo grabado el programa en Octubre, ¿Me entiendes? ¿No crees que no hay mayor falsedad que la de desearnos una 'feliz Navidad' dos meses antes? Lo odio. Y odio que la gente de mi alrededor se lo trague.
También odio de igual manera estar en este sofá y que el sujetador me apriete, odio no estar con él y no sentir sus manos frías desabrochándome la cremallera del vestido. Odio estas medias sin carrera y el champagne en copa. Sí. Porque lo prefiero de la botella, o de su boca, o de su piel...
Odio todo lo que me impide hacer lo que deseo, y más odio que me deseen que se cumplan mis deseos el día en el que mi único deseo es no estar donde estoy. Así de raro es todo.
Odio los regalos no acertados, porque eso demuestra que la persona que te lo regala no tiene ni puta idea de cómo eres y qué te gusta. Odio las excusas, y más si son para sonreír. Odio los motivos de esta fiesta, pero no; no odio la Navidad. Odio lo que pasa cada noche del 24. Odio la monotonía.

— Ahora te entiendo.
— Qué bien que lo hagas...

Lecciones aprendidas durante trayectos de autobús...

Hoy ha sido un día curioso, en el sentido de que no ha tenido nada que me haya hecho sonreír hasta su final.

Mi poco buen humor ha ido decreciendo según las horas devoraban mis ganas y sobre las 9:30 pm ya me quedaban pocas o ninguna razón para mandarlo todo a la mierda y decir que, efectivamente, nada es tan importante como para cerrar los ojos, suspirar y preguntarme qué habrá hecho mal mi señora madre para que yo heredase este alma constantemente hambrienta de los besos de él sobre mi hombro.

Soy una necia, sí.

Pero a donde quiero llegar es al juego que me propuso hace unos minutos mi nuevo amigo italiano, al cual conocí en este mismo autobús. (Envidiadme mucho, tiene un acento precioso)

Dicho juego consistía en la situación que os expongo a continuación:


Estas conduciendo tu Cadillac amarillo y en una parada de autobús divisas a tu mejor amiga, a la que no dudas en parar a saludar.
Cuando aparcas, resulta que junto a ella esperan al metropolitano una señora anciana y.. Sí. Su perfume te llega con la fría brisa que entra por la ventanilla, erizando el vello de tu nuca y recordándote lo maravillosa que es la sonrisa de ese casi desconocido que te tiene calada hasta las bragas—literal y vulgarmente hablando—.

Bajas del coche, supuestamente a saludar a esa indispensable que un día te salvó de esa carrera en las medias antes de una primera cita y, por consecuente—y según el Código de Honor-rosa furcia de las Mujeres— ahora tu heroína. Y digo 'supuestamente' porque todos sabemos que bajas porque vas estupendamente entaconada y maquillada y él está ahí, tan guapo y alto como siempre.

Te ve, le ves. Te mira; le sonríes y...esa es vuestra conversación de siempre.

Después de charlar con la incondicional el cielo entristece, y de repente una tormenta amenaza con escupir un rayo sobre justamente esa parada de autobús—sí, así de dramático todo— y tú eres la única que tiene un vehículo para sacarlos de...OH WAIT ¡Solo tienes dos asientos! Y en la parada sois cuatro mojados gatos; entre ellos la señora desamparada y gris, la amiga a la que le debes la vida y...él.

Ahora viene lo difícil... ¿Qué harías? ¿A quién salvarías de los tres? Quizá a esa señora, que te mira con sus arrugados y tristes párpados esperando que tu decisión no sea meterla en el maletero. O a tu amiga, que se agarra firmemente a su bolso, temiendo que la lluvia estropee la piel marrón sobre la cual está estampado el logo de Chanel... La siempre bien vestida y con un consejo en la manga sobre cómo no follarse a cualquiera.

...O a él. Ese que está ahí. Firme, sin miedo. Con su camisa impecablemente blanca ahora empapada y adherida a su pecho por haberle cubierto a la anciana con su caro chaqué. A ese que te mira, y a pesar de la situación y de tu rimmel corrido te sonríe y sus ojos te dicen que, decidas lo que decidas, a él le parecerás siempre igual que maravillosa.

¡Ay, l'amour! Y la zorra de tu amiga con la anciana moribunda que te estropean todos tus sucios planes relacionadas con tu caballero de capa mojada... ¿Qué decides?

Yo reconozco que lo medité mucho antes de poder contestar, y que por mi cabeza pasaron soluciones crueles y retorcidas como la de coger al maldito desconocido y tirármelo en cualquier aparcamiento, mientras mi amiga muere junto a una señora mal vestida que la mata por su olor a naftalina antes que de que lo haga el rayo.
También opté por llevarme a la pobre mujer y resentirme y llorar, y llorar, y llorar sabiendo que mi querida amiga estaría gozando su último polvo antes de morir con mi príncipe entre sus piernas...

Como no me convencían ninguna de las dos anteriores, también sopesé recoger a la furcia de mi amiga e irnos a cualquier bar de carretera a ahogarnos entre tequila y humo de tabaco mientras mi héroe salva a la abuelita escondiéndola del inminente rayo tras su robusta espalda... Ay, ¿pero qué necia dejaría que pasase eso, eh?

...

Mi respuesta fue dejarlos a todos ahí y que hiciesen lo que quisieran, que yo tenía una emergencia y era la de meterme en un Nespresso a sentirme como una estrella mientras bebo café y Clooney me ofrece un polvo de fin del mundo... (Llamadme monstruo con corazón de pierda, pero mejor morir con la conciencia sucia que de hipotermia y golpe de rayo.)

Mi amigo rió, y se dispuso a darme la solución; no sin antes hablarme de amor a la italiana. ¡Qué maldito! Después de esto que me nieguen que Amor y Roma no tienen en común más que ser la misma postura pero en lugares diferentes...

En fin; su sugerencia para mi solución fue sencilla, pero tan infinitamente verdadera y real que hasta me dieron ganas que el fin del mundo llegase en la próxima parada: Me dijo que lo mejor que podía hacer es darle las llaves del Cadillac a mi amiga, dejando que ésta se salvase y con ella llevase a la anciana, que las pobres seguro que tienen algo de qué charlar durante el trayecto.
De esta manera, yo, mi rimmel corrido y su espalda empapada y ancha nos quedábamos solos y por fin podríamos hablar con palabras, dejando a un lado las miradas que ahora estaban demasiado húmedas de tanta lluvia como para entender qué quería decir cada uno.

Me dijo que me quedase, que viviese una aventura; que disfrutase de mi polvo de despedida y que me escondiese tras su espalda si sentía miedo...

Mi amigo me demostró que a veces los primeros impulsos los tomamos con la razón, porque así nos han enseñado. En vez de prestarle más atención a ese huésped cardíaco que golpea nuestro pecho mientras grita que la solución es la más sencilla y la menos dolorosa de todas...aunque no la sepamos encontrar a primera vista.


Aviones de papel; papirofléxia sentimental.


No quieras saber las veces que he pensado que tú y yo no somos más que una mesa de algún andrajoso bar situado en medio de un aeropuerto intensamente transitado; con mil vidas turísticas que embarcan y desembarcan sonrisas, intentado no pasarse con el peso de los sentimientos...


Tú y mis latidos están ahí, inmunes a todo el caos que pulula a su alrededor; como congelados en el tiempo. Helados por el aire que entra por esa puerta que se desliza por sus raíles cada vez que uno par de zapatos cruza la línea de salida hacia una nueva aventura. 

Nuestra mesita es de las metalizadas, acompañadas por dos gélidas sillas que hielan cada uno de los suspiros si decides tomarte un café sentado en ellas; por mucho que éste se empeñe en calentarte el cuerpo después de un largo y turbulento vuelo.

Las personas que se cruzan ante nuestra escena se reflejan en la vacía copa manchada de carmín y huellas dactilares; se mezclan con el humo, se ahogan en el último trago no dado de ese vino de mierda que venden en el duty free, y parecen atraídos por la idea de que lo único que me recuerda por qué página voy de mi propia historia es un billete de ida hacia mi futuro... Sin usar, sin arrugar; caducado. Pero tan presente cada vez que abro mis 140 páginas que hasta puedo notar la inercia del despegue al imaginarme ahí; en un sillón cómodo, no como estos. Con una ventanilla por la que se vean los problemas y sus personas tan diminutos que no logren ponerme nerviosa con el ruido de sus pasos. Con un sueño, y no helada de frío por ver como otras aventuras alzan el vuelo, mientras mis ganas se ahogan en una copa llena de ceniza y alcohol con colorante...

Quizá algún día deje atrás esta imagen de nosotros; quizá algún día me atreva. Pero hasta entonces esperaré aquí sentada a que uno de los vuelos a tu corazón tenga una butaca para mi....en business class.

Delirios de madrugada.



Noches de estas que te acurrucas en tu rincón favorito de la cama y ya no hay fuerza atmosférica, física ni mental que saque tus largas piernas de debajo de la manta... Bueno, miento; si el viento de su respiración se chocase contra mi nuca, sus frías manos apretasen mis hombros y su maldita voz jugase con mis sentidos creo que sí conseguiría sacarme de aquí, de mis casillas, y hasta quitarme las bragas...pero no. 
Demasiadas casualidades juntas y mucho pedir, y yo ya no soy tan necia. Así que dejadme con mi monotonía llena de tazas medio llenas de café frío, zapatos amarillos sobre escenarios sin iluminación y guiones a tutiplén sobre lo fantástico que sería follar sin que el corazón supiese a lubricante. Sobre lo maravillosa que sería la vida si las compresas fuesen de colores y pudiésemos combinarlas con nuestro estado anímico. Ay, la vie. Qué poco me sorprendería que ahora de repente me diese por cerrar a cal y canto todas esas puertas que me abriste con tu 'llave mágica'... Qué poco me conozco si pienso que lo podría hacer. 

En fin. Que son casi las 2:00 am y la puta de mi conciencia ha decidido darme la charla, apareciendo toda emperifollada en la esquina de mi cama. Balanceando el bolso como si en él trajese la solución a todos mis problemas...

Maldita mentirosa. Que me hace sentir culpable por haberte mirado a los ojos el día que debí romper todo lo que me ataba a ti.; que me quema la piel con recuerdos incandescentes mientras enciende uno de sus cigarros, dejando en mi boca el sabor de unos labios que hace ya meses que creí olvidados.

— ¡Me debes dinero! dice la tía. Pero lo que no sabe es que también le debo tres noches que me pasé pensando en ti y dos días más que vague por la ciudad buscando el valor suficiente para coger el tren y largarme a tu cama. 
No sabe nada, pero sí sospecha al ver como me desgasto esperando encontrar en cada rincón cualquier algo que me recuerde tu voz; el sonido de la cafetera, las gotas de lluvia cayendo sobre le tejado, las uñas felinas sobre parquet... Todo lo que me gusta suena a ti, y a esa voz tuya reclamando mi presencia al otro lado del teléfono, al otro lado del país,... Joder. Si es que me dueles y ya no sé ni cómo, ni cuándo, ni dónde. Simplemente apareces y desapareces como el parpadeo de un semáforo en amarillo; me dices que pase, que me ponga cómoda en ti, pero haciéndolo me arriesgo a que pase por delante una ráfaga de circunstancias que me dejen ahí, en el suelo; sin un corazón donde guardar mis mejores vestidos de gala.

Todo esto me pasa por ser masoquista, y por cultivar una conciencia de igual calibre; por mucho que le duela el pecho seguirá fumando. Al igual que yo, que por muchas veces que me rompan en la mismo sitio, en la misma fecha y en el mismo lugar seguiré pensando que ha sido una curiosa y rara coincidencia. Una más de tantas...

— No deberías ignorar a la única parte de ti misma que no te miente, ¿Sabes?hay que joderse... ¿Lo estáis viendo? Mi propia conciencia me está hablando de lo que debería o no hacer. Qué maravillosamente paradójico.. Pero lo peor de todo es que la jodida tiene razón; me paso la vida ignorando lo que siento y luego aparece alguien en mi vida y solo sé centrar mis cinco sentidos y medio en lo que ese alguien siente. Altruismo lo llaman, yo lo llamo ser gilipollas.

Drástica, bruta... Lo soy y tanto que hasta a veces pienso en por qué no invertiré ese tiempo de arrepentimiento a algo más útil; como masturbarme, o tocar el piano, o leer un libro, o yo qué sé... Pero centrarme en algo de provecho, aunque solo sea sucio placer de media hora. 


Nada; soy incapaz.

Y me pierdo entre mis sábanas, ahora arrepentidas conmigo y enredadas entre mis pensamientos que no dejan de invadir mi cuarto hasta que no cabe nada más que yo y mis dudas. Dudas de por qué me habré enamorado de los kilómetros,.. ¿Fue por sus manos? ¿Por su voz? ¿Por las historias que cuentan sus caminos? ¿Por que todos ellos llevan a Roma?... ¡Ni idea! 
¿Y de Madrid? ¡¿Qué coño se me perdió a mi en esa ciudad?! Entre sus barcos de rotonda y las pelanduscas que afrontan sus adoquines subidas sobre tacones.. ¿Qué se me olvidó ahí? A parte de sus ojos y mis ganas perdidas en el bolsillo de su pantalón. A parte de las sonrisas que me dejé en algún vagón del metro y los varios pasos que perdí entre coche y andén... 

¡No entiendo nada! ...y sé que vosotros tampoco.

Es como si cada obstáculo me acercase a eso. A ese de quien me intento alejar pero no puedo ni quiero. A ese que ahora duerme mientras yo llevo tres horas prometiéndome cerrar los ojos, el corazón y las piernas, evitando el deseo y la tentación de marcar tu número y escuchar todas y cada una de las ganas que tienes de verme...

Verme desnuda.

Verme entre tus brazos.

Verme dormir.

Olvidarme.

...Y volver a esperar una llamada para verme.



Siempre tarde, siempre a oscuras... No vaya a ser que se entere el corazón.