Jefe

Si hubiese seguido fielmente la idea que rondaba mi mente hace escasos diez minutos lo único santo que hubieran encontrado los forenses en mí sería tu piel bajo mis uñas.

Los vecinos buscan a su gato llamado Jefe y los molinos rasgan el viento y arrastran sus tripas hasta mi cuarto.

A veces pienso en escapar como Jefe, a morir de hambre como Jefe, a morir aplastada por un trailer como Jefe. A que me adopten unas manos cálidas que me dejen dormir sobre su almohada y hacerme las uñas en el sofá, como a Jefe...

Jefe ha huido del transtorno de ansiedad de su dueña y de los cambios de humor de su dueño. De los tres hijos preadolescentes que el dueño y la dueña tienen en común y de la insoportable tensión de una familia que se desmorona. Jefe tenía miedo.

Ahora que Jefe no está echaré mucho de menos ver desde el balcón su pequeña cabecilla de calabaza naranja, asomada curiosa y triste por la ventana del salón desordenado de sus dueños. Echaré de menos sus ojillos de canica asustados por un grito repentino y satánico de su dueña. Echaré de menos ver cómo su dueño, que ya no ama nada ni a nadie, ama a Jefe.

Os contaba antes lo del viento porque dicen que cuando ves morir a alguien después le puedes ver la sangre a la lluvia, el cáncer al sol, las tripas al viento,... Y una vez llegado a ese momento te preguntas qué es lo muerto si todo lo está. Lo muerto eres tú.

No vuelvas, Jefe.

Dudas postexistenciales

Qué le voy a decir
a nuestro futuro hijo
que observa como mis ojos azules
—como los suyos—
y tus ojos pequeños
—como los suyos—
se miran con desprecio.

Cómo le voy a explicar
que su naríz no será
como yo me la había imaginado
—pequeña, como la tuya
y respingona, como la mía—
porque de la esperanza no se vive
y, menos aún, se nace.

Cómo he de predicarle con el ejemplo
de que no se debe matar a uno mismo,
de que el Amor no sabe a sangre,
de que el sufrimiento es opcional

si yo sin él no quiero este cuerpo
ni esta sangre;
que sufrir, para mí, es pagar.

Cómo se le dice
a tu futuro hijo
que su madre ha muerto.
Que su padre se ha ido.
Que ya no tiene un hogar.

Canción triste

Huele a que han fumigado las calles y la gente sale a pasear pues el veneno atrae al veneno. Ahí se les caigan los ojos a todos. Que los ciegos escuchan mejor. Que aprendan a oír el cantar del pájaro y a oler el tabaco y el vómito en la ropa de sus hijos. Que los ciegos tienen mejor olfato.

Mójales la cara, cielo, mójales.

Despiértales del sueño americano, que esto es España. Que aquí hay poetas enterrados en fosas comunes, poetas con huesos mezclados con otros huesos y al poeta le da igualporque la costilla del prójimo es su costillapero a nosotros debería importarnos; como cuando queman árboles y linces para construir palacios, como cuando en esos palacios viven toreros que comen del matar.

Torito, ¡ay!, torito bravo, benditas sean tus pezuñas descalzas y puras 
como las de un niño muerto recién nacido.

¡Ay!

Huele a que han fumigado las calles y la gente sale a pasear pues el veneno atrae al veneno.