Aviones de papel; papirofléxia sentimental.


No quieras saber las veces que he pensado que tú y yo no somos más que una mesa de algún andrajoso bar situado en medio de un aeropuerto intensamente transitado; con mil vidas turísticas que embarcan y desembarcan sonrisas, intentado no pasarse con el peso de los sentimientos...


Tú y mis latidos están ahí, inmunes a todo el caos que pulula a su alrededor; como congelados en el tiempo. Helados por el aire que entra por esa puerta que se desliza por sus raíles cada vez que uno par de zapatos cruza la línea de salida hacia una nueva aventura. 

Nuestra mesita es de las metalizadas, acompañadas por dos gélidas sillas que hielan cada uno de los suspiros si decides tomarte un café sentado en ellas; por mucho que éste se empeñe en calentarte el cuerpo después de un largo y turbulento vuelo.

Las personas que se cruzan ante nuestra escena se reflejan en la vacía copa manchada de carmín y huellas dactilares; se mezclan con el humo, se ahogan en el último trago no dado de ese vino de mierda que venden en el duty free, y parecen atraídos por la idea de que lo único que me recuerda por qué página voy de mi propia historia es un billete de ida hacia mi futuro... Sin usar, sin arrugar; caducado. Pero tan presente cada vez que abro mis 140 páginas que hasta puedo notar la inercia del despegue al imaginarme ahí; en un sillón cómodo, no como estos. Con una ventanilla por la que se vean los problemas y sus personas tan diminutos que no logren ponerme nerviosa con el ruido de sus pasos. Con un sueño, y no helada de frío por ver como otras aventuras alzan el vuelo, mientras mis ganas se ahogan en una copa llena de ceniza y alcohol con colorante...

Quizá algún día deje atrás esta imagen de nosotros; quizá algún día me atreva. Pero hasta entonces esperaré aquí sentada a que uno de los vuelos a tu corazón tenga una butaca para mi....en business class.