Lecciones aprendidas durante trayectos de autobús...

Hoy ha sido un día curioso, en el sentido de que no ha tenido nada que me haya hecho sonreír hasta su final.

Mi poco buen humor ha ido decreciendo según las horas devoraban mis ganas y sobre las 9:30 pm ya me quedaban pocas o ninguna razón para mandarlo todo a la mierda y decir que, efectivamente, nada es tan importante como para cerrar los ojos, suspirar y preguntarme qué habrá hecho mal mi señora madre para que yo heredase este alma constantemente hambrienta de los besos de él sobre mi hombro.

Soy una necia, sí.

Pero a donde quiero llegar es al juego que me propuso hace unos minutos mi nuevo amigo italiano, al cual conocí en este mismo autobús. (Envidiadme mucho, tiene un acento precioso)

Dicho juego consistía en la situación que os expongo a continuación:


Estas conduciendo tu Cadillac amarillo y en una parada de autobús divisas a tu mejor amiga, a la que no dudas en parar a saludar.
Cuando aparcas, resulta que junto a ella esperan al metropolitano una señora anciana y.. Sí. Su perfume te llega con la fría brisa que entra por la ventanilla, erizando el vello de tu nuca y recordándote lo maravillosa que es la sonrisa de ese casi desconocido que te tiene calada hasta las bragas—literal y vulgarmente hablando—.

Bajas del coche, supuestamente a saludar a esa indispensable que un día te salvó de esa carrera en las medias antes de una primera cita y, por consecuente—y según el Código de Honor-rosa furcia de las Mujeres— ahora tu heroína. Y digo 'supuestamente' porque todos sabemos que bajas porque vas estupendamente entaconada y maquillada y él está ahí, tan guapo y alto como siempre.

Te ve, le ves. Te mira; le sonríes y...esa es vuestra conversación de siempre.

Después de charlar con la incondicional el cielo entristece, y de repente una tormenta amenaza con escupir un rayo sobre justamente esa parada de autobús—sí, así de dramático todo— y tú eres la única que tiene un vehículo para sacarlos de...OH WAIT ¡Solo tienes dos asientos! Y en la parada sois cuatro mojados gatos; entre ellos la señora desamparada y gris, la amiga a la que le debes la vida y...él.

Ahora viene lo difícil... ¿Qué harías? ¿A quién salvarías de los tres? Quizá a esa señora, que te mira con sus arrugados y tristes párpados esperando que tu decisión no sea meterla en el maletero. O a tu amiga, que se agarra firmemente a su bolso, temiendo que la lluvia estropee la piel marrón sobre la cual está estampado el logo de Chanel... La siempre bien vestida y con un consejo en la manga sobre cómo no follarse a cualquiera.

...O a él. Ese que está ahí. Firme, sin miedo. Con su camisa impecablemente blanca ahora empapada y adherida a su pecho por haberle cubierto a la anciana con su caro chaqué. A ese que te mira, y a pesar de la situación y de tu rimmel corrido te sonríe y sus ojos te dicen que, decidas lo que decidas, a él le parecerás siempre igual que maravillosa.

¡Ay, l'amour! Y la zorra de tu amiga con la anciana moribunda que te estropean todos tus sucios planes relacionadas con tu caballero de capa mojada... ¿Qué decides?

Yo reconozco que lo medité mucho antes de poder contestar, y que por mi cabeza pasaron soluciones crueles y retorcidas como la de coger al maldito desconocido y tirármelo en cualquier aparcamiento, mientras mi amiga muere junto a una señora mal vestida que la mata por su olor a naftalina antes que de que lo haga el rayo.
También opté por llevarme a la pobre mujer y resentirme y llorar, y llorar, y llorar sabiendo que mi querida amiga estaría gozando su último polvo antes de morir con mi príncipe entre sus piernas...

Como no me convencían ninguna de las dos anteriores, también sopesé recoger a la furcia de mi amiga e irnos a cualquier bar de carretera a ahogarnos entre tequila y humo de tabaco mientras mi héroe salva a la abuelita escondiéndola del inminente rayo tras su robusta espalda... Ay, ¿pero qué necia dejaría que pasase eso, eh?

...

Mi respuesta fue dejarlos a todos ahí y que hiciesen lo que quisieran, que yo tenía una emergencia y era la de meterme en un Nespresso a sentirme como una estrella mientras bebo café y Clooney me ofrece un polvo de fin del mundo... (Llamadme monstruo con corazón de pierda, pero mejor morir con la conciencia sucia que de hipotermia y golpe de rayo.)

Mi amigo rió, y se dispuso a darme la solución; no sin antes hablarme de amor a la italiana. ¡Qué maldito! Después de esto que me nieguen que Amor y Roma no tienen en común más que ser la misma postura pero en lugares diferentes...

En fin; su sugerencia para mi solución fue sencilla, pero tan infinitamente verdadera y real que hasta me dieron ganas que el fin del mundo llegase en la próxima parada: Me dijo que lo mejor que podía hacer es darle las llaves del Cadillac a mi amiga, dejando que ésta se salvase y con ella llevase a la anciana, que las pobres seguro que tienen algo de qué charlar durante el trayecto.
De esta manera, yo, mi rimmel corrido y su espalda empapada y ancha nos quedábamos solos y por fin podríamos hablar con palabras, dejando a un lado las miradas que ahora estaban demasiado húmedas de tanta lluvia como para entender qué quería decir cada uno.

Me dijo que me quedase, que viviese una aventura; que disfrutase de mi polvo de despedida y que me escondiese tras su espalda si sentía miedo...

Mi amigo me demostró que a veces los primeros impulsos los tomamos con la razón, porque así nos han enseñado. En vez de prestarle más atención a ese huésped cardíaco que golpea nuestro pecho mientras grita que la solución es la más sencilla y la menos dolorosa de todas...aunque no la sepamos encontrar a primera vista.