Jefe

Si hubiese seguido fielmente la idea que rondaba mi mente hace escasos diez minutos lo único santo que hubieran encontrado los forenses en mí sería tu piel bajo mis uñas.

Los vecinos buscan a su gato llamado Jefe y los molinos rasgan el viento y arrastran sus tripas hasta mi cuarto.

A veces pienso en escapar como Jefe, a morir de hambre como Jefe, a morir aplastada por un trailer como Jefe. A que me adopten unas manos cálidas que me dejen dormir sobre su almohada y hacerme las uñas en el sofá, como a Jefe...

Jefe ha huido del transtorno de ansiedad de su dueña y de los cambios de humor de su dueño. De los tres hijos preadolescentes que el dueño y la dueña tienen en común y de la insoportable tensión de una familia que se desmorona. Jefe tenía miedo.

Ahora que Jefe no está echaré mucho de menos ver desde el balcón su pequeña cabecilla de calabaza naranja, asomada curiosa y triste por la ventana del salón desordenado de sus dueños. Echaré de menos sus ojillos de canica asustados por un grito repentino y satánico de su dueña. Echaré de menos ver cómo su dueño, que ya no ama nada ni a nadie, ama a Jefe.

Os contaba antes lo del viento porque dicen que cuando ves morir a alguien después le puedes ver la sangre a la lluvia, el cáncer al sol, las tripas al viento,... Y una vez llegado a ese momento te preguntas qué es lo muerto si todo lo está. Lo muerto eres tú.

No vuelvas, Jefe.