Dolor visceral.

Empecé a conocerme a los seis años, cuando un cuervo azul me traía ojos por cada diente que se me caía. Imaginad cuántas miradas perdidas guardé bajo la almohada...

Cuando, por fin, me pude ver las manos fue demasiado tarde: ya tenía dos clavos donde merecía amor. Dolor. Olor a viejo. Ansia. Vértigo. Vómito. Huida. Ramas. Vestido roto. Golpe de nudillos de mamá.

Otra vez al cuarto. Otra vez sólo oigo coches pasar por la nacional de al lado. Otra vez mi nombre en alguna garganta gitana. Otra vez yo viéndome flor al borde del precipicio.

Hola, papá. Cuchara fría en el ojo morado. Duele. Dolor. Olor a viejo. Ansia. Vértigo. Vómito. Pero ya no huyo. Se acabó. Gasté mis suelas.

Ya no te quiero más, cuervo. No más ojos. No quiero verme las entrañas, no quiero escalar por ellas. Me resbalan las manos.

Empecé a conocerme cuando tenía seis años. Hoy aún no he terminado.