Maullidos del alma.

Era la más puta del lugar por vender sus palabras a cualquiera que supiera encontrar, de entre el humo de tabaco y faldas ajenas, la niña que ni ella sabía que jugaba dentro de su pecho. Esa que rompía sus sonrisas sin querer, llorando porque el globo que le había regalado el señor de ancha espalda y manos bonitas se había desatado y volado alto; tanto que ni las nubes podían, con sus largas manos, alcanzar los sueños que flotaban junto a ese pequeño punto rosa que ahora no era más que un objeto no identificado pululando por su memoria.



Así era ella; alta, gris y completamente capaz de encontrar la mínima diferencia entre lo que quería y lo que necesitaba. Ella, esa que parecia perdida en su propia duda, pero que sabía perfectamente la respuesta de todas aquellas preguntas que se susurraban a sus espaldas; sí, no le gustaba estar sola, y tampoco la permanente compañía era una opción, ya que cada vez que su pequeña taza de porcelana se llenaba de ese brebaje ardiente, vertía, y los pocos sueños que hasta ahora se habían escrito en sus blancas paredes fluían incrustándose en las comisuras de su boca, facilitando así fingir cada vez una sonrisa más sólida, imponente ante cualquier acusación.

De esta manera, y sin saber cómo pero teniendo muy claro el porqué, los tacones de aguja y el carmín incandescente pasaron a ser su marca de vodka; los primeros cosían sus arapos después de cada desilusión, enseñándole que pisar fuerte y anclar su persona al asfalto es lo que le permitía no olvidar nunca que, aún siendo hoy un día grís, traerá consigo ese perfume de lluvia que tan bien combina con su piel y la llenará de ganas de volver a seguir, aunque solo sea por robar algunas miradas.
Los labios eran su dolor. Las palabras que tan pocas veces pronunció y por las que tanta guerra sentimental tuvo; tantos dientes clavados en esos labios, tantas mentiras escupidas.. ¿Qué podía esperar? Lo justo era camuflar toda esa experiencia bajo un tono intenso; un rojo que doliese a la vista, pero que, cual droga, pidiese al menos una mirada más..

Miradas. Cada una una de las cajas de zapatos escondidas debajo de su fría cama guardaba miradas que, si pudiese, quemaría con su propio mechero con tal de evitar que los dueños de susodichas se convirtiesen en bestias y consiguieran salir de debajo de esa cama..para meterse en ella.

Vivía con ese y muchos más miedos tatuados sobre la muñeca izquierda, los cuales también le servían como sucia excusa para tapar viejas cicatrices de guerra, por las cuales acababa cada noche solitaria contándole sus batallitas a la almohada; esperando que al amanecer ésta le tenga un lado frío preparado, cual anestésico, para remediar la resaca sentimental provocada por las copas de agua salada de más tomadas con sus recuerdos antes de dormirse.



Así soñaba ella; así fingia que vivía, cuando en realidad lo que hacía es esperar ese algo que, según su pequeño huesped, podía ahogar el asfixiante tic-tac del tiempo entre abrazos y por fin, enseñarle que tener el carmín corrido era una muestra de que todo va bien, y no como ahora, que cuando le preguntaban por esos ojos enmarcados en rimmel aguado ella se limitaba a responder con un 'No es nada..', mientras la frase la terminaba esa niña de su pecho, susurrando un '...me falta todo'.