Quiéreme después de la señal.


Hace mucho que dejé de exigirle al mundo sonrisas que creí que me debían esos transeúntes que se cruzaban en mi camino hacia el trabajo, principalmente porque caí en la cuenta de que, hasta el mínimo detalle, debía ser recíproco para ser realmente justo.

Así pues, recordé el hecho de que a mi no me gustaba sonreír en Septiembre, y menos aún sabiendo que la sonrisa fingida que yo pueda regalar me sería devuelta con otra que, muy probablemente, vendría causada por la alegría de que el frío por fin conquiste estas calles.

Envidia. Sí.

La felicidad ajena no hace feliz a las personas ambiciosas como lo soy yo; nosotros siempre deseamos más. Crecemos, y nos parece poco. Por ello seguimos y seguimos estirando el brazo en un afán inútil de rozar el cielo; nos inclinamos, y finalmente acabamos siendo no más que un bello ejemplo de lo que no se debe hacer.
Un monumento a la estupidez humana, a la avaricia, a la gula... Así somos, y la envidia es ese efecto secundario irremediable que surge cuando intentas dejar dicha adicción; y precisamente eso era lo que yo intentaba hacer: Dejar atrás mi afán de vuelo libre y, simplemente, olvidar.

Y para ello, luchaba contra mi misma cada mañana, sustituyendo el sinestésico café por té con frutas del bosque y, como si fuese a perderme entre sus árboles, intentaba inútilmente que ese olor dulce me embriagara expulsando de mi mente el amargo sabor de las despedidas..

Te fuiste. Me fui. Au revoir.

Y eso no me iba a afectar, o al menos no iba a dejar que lo hiciese sin oponerme.

De esta manera, también me alié con las frías duchas mañaneras y los calientes baños nocturnos a la luz de las velas; el agua con sales era mis lágrimas perdidas por el sumidero, y las duchas frías fingían ser los escalofríos que le debía tu aliento a mi espalda.

Sobrevivía, como ves. Con Vetusta hablándome de lo traicionera que puede llegar a ser la marea, y Dorian, llevándome a cualquier otra parte..

Me sumí desde el día 1 en la dieta egoísta de no pensar en la felicidad que un día llegué a saborear más que al café; mi vicio por excelencia, ese que ahora solo está al fondo del cajón esperando que algún día y una vez más, exprima de esa cápsula una sonrisa viciosa que no podrá no acabar con el labio inferior entre mis dientes..

En fin. También he de confesar que, como en toda buena dieta; los fin de semana eran para pecar. Cierto. Y aquí tenéis a esa excomulgada que se tiraba en el sofá los Sábados noche, simulando un vuelo en business class con el iPhone en modo avión. Esa, que calentaba sus solitarias y finas manos con una enorme taza de latte macchiato, contrastando el calor artificial de su corazón con la fría brisa otoñal que entraba por el balcón entreabierto; haciendo ondular las cortinas casi a propósito para que esa suerte gris de ojos juguetones distrajese a su dueña de pensar en lo mucho que deseaba cambiar su pijama por una de tus camisas..



¿Te acuerdas? Yo sí.

Era un Sábado como hoy, las mismas 07: 56 p.m. marcaba el reloj del móvil cuando empecé a marcar tu número para decir que 'lo nuestro' no podía seguir siendo tan confuso como lo era yo misma; no podíamos subir al cielo, y a la mañana siguiente caer de golpe dándonos cuenta de lo que no debimos haber hecho..

Así pues, te lo dejé claro: 'dámelo todo, o vete' porque quería que te decidieras.

Y quiero que lo hagas hoy también.

Quiero que elijas un circuito para correr. Hoy quiero velocidad. Y solo tienes dos opciones: vertical u horizontal; solo dos sonrisas, una caída, un vértigo.. Y estas ganas mías de gritarle a la noche que, si Dios existe, está ahora mismo enredado entre mis sábanas...

Perdona por este arrebato, pero todo es culpa de la voz que me ha anunciado que debo dejar el mensaje después de la señal; esa voz tuya me ha motivado a llegar la primera. A ganar. A ganarte. Porque necesito volver a ser la ambiciosa que era antes; necesito necesitarte aunque te pierdas semanas enteras... Necesito el miedo masoquista de que no vuelvas por la sencilla razón de que mi vestido favorito me quedaba mejor cuando te esperaba nerviosa... Necesito necesitar. Y eso solo me lo puedes dar tú.

Entiendo si no me devuelves la llamada, porque seguramente estarás de profunda resaca mañana por la noche que hoy te beberás de un trago, pero al menos espero ese SMS que me solía recordar lo boba que soy y que lo mucho que te acuerdas de mi, y de mi piel, y de mis piernas...

En fin, voy a ver si mi tigre ha roto del todo la cortina y, de paso, a hacerme otro café porque este, al igual que oír tu voz en el contestador, me ha sabido a poco.

Te dejaré otro mensaje cuando me pase del café al Jack; me queda mucha noche y estoy sola en casa.

Muy sola, rodeada de velas, con el rimmel corrido y fría..

No quiero que vengas.

Adiós..