Salpicaduras involuntarias.



Ya no va por ti, ahora me exprimo a mi misma. Y quizá no importe que introduzca esto o no, ya que ... Bueno, ¿Qué más dará? El caso es que hoy tuve un sueño muy raro. Demasiado.


Verse sola en casa un día de lluvia torrencial, relámpagos y truenos que describen sobre el cielo negro tus estados de ánimo es un lujo, y más aún si tienes un tejado a tu disposición y muchas ganas de empapar el alma; aunque sólo sea de agua.

Notar cada una de las gotas; la sensación de frío que me recorre desde el cuello hasta empaparme la camiseta y el pantalón; calarme, y dejar en mi ese olor a humedad. Esas gotas. Esas que van dejando su rastro dactilar, jugando con mis pulsaciones y conquistándome los sentidos; ahogándolos en lodo, cabellos rubios y recuerdos.

Siempre nos hemos centrado en tratar el masoquismo como un término paralelo a la idiotez, y quizá no nos equivoquemos mucho, ya que yo confirmo la regla, a pulso, llevando este pantalón corto (que no debería poder llamarse 'pantalón') y la épica camiseta con la inscripción de 'Lo que hay en tu vaso, dice mucho de ti'; toda calada de agua, chorreando, y con ello, haciendo un combo con las huellas de mis puntillas sobre el parquet, mil y una gotas que, confundidas, llovían desde mi pelo acabando con su vuelo masoquista y abandonando mi cuerpo, como tantas otras veces.

Idiota, porque sabía que del constipado no me libraba nadie, y aún así quería notar esas gotas bajando por mis piernas, hasta llegar a mis pies conjelados y posados sobre las tejas, textura de las cuales no hacía más que invitarme a recorrerlas, una por una...

Contrastes. Siempre me gustó caer solo para, posteriormente, sentir el ascenso. Y así estoy ahora, desnuda, fundiendo en la bañera las pocas gotas que decidierón incrustararse en mi pelo.
El agua caliente hacía juego con mi pálida y fría piel, ruborizando cada mojado centímetro y haciendo competencia al olor a tierra mojada con el aroma a frambuesa que las sales iban dejando, poro por poro, sobre mi cuerpo.
La música en mis cascos hacía latir mis tímpanos al compás de la situación, con Vetusta invitándome a respirar de la húmeda paz que abastecía mis pulmones, y así hice, dejado que lo que fluyese por mis vasos sanguíneos hablase por mi; soledad, equilibro y pocas cuerdas que me atasen al mismo pensamiento que me hacía, noche tras noche, pulular cual nubarrón hasta calar la almohada y quedarme dormida sobre mi propia pena.

Hoy no era una de esas noches, qué va.



Hoy respirar era la droga y esa almohada mía un edén sobre el cual, si no estuviese tan sola, clavaría mis dientes con el afán de averiguar a qué saben esas nubes que han incrustado sus lágrimas entre mis dedos, sirviéndome como excusas para recordarte.. Malditas, por llenar mi historia en blanco con sus acuarelas, que no se dedican a otra cosa que a dejar un camino de rimmel desde mis ojos hasta los rojos labios; y estos, que no hacen más que manchar cada bocanada de aire que atraviesa mis dientes, confundidos quizás, por ese blanco tan paralelo al cuello de tus camisas...


Obsesión, o simple agonía sentimental. No lo tengo nada claro. Solo sé que esa noche soñé que no había más humedad que la de tus labios sobre mi piel; que no eran tejas, si no tus tintas las que yo recorría minuciosamente.
No era lluvia lo que calaba mi ropa, y más bien era tu voz la que se enrredaba detrás de mi oreja. Eran tus manos, y no esas gotas las que dejaban su rastro descendiendo por mi cuello.

El edén sabía a vodka, y sus nubes a saliva.