Mentir tan bien; nunca lo ha logrado nadie.

Amanecer en tu cama, y recorrer el frío parquet de puntillas para mirarme en el espejo antes de que despiertes. 



No me suelo gustar mucho por las mañanas, pero creo que este jersey de punto y mi pelo depués de la fría ducha pueden darte un 'buenos días' a tu medida. Un cortado, y un beso detrás de esa oreja tuya, que no hace más que pedirme que la muerda.. Pero no. Prometo despertarte e irme; después de todo, los dos siempre supimos que no puede haber nada más allá de las sábanas, nada más profundo que mi garganta, ni nada tan claro como mi piel; todo era calculado, con sus límites; superficial, rudo y a oscuras. Todo era nada por el simple hecho de que yo no quería recordar el color se tus ojos y tu querías evitar aprender a descifrar esas sonrisas que me delataban. 
Ninguno de los dos necesita complicaciones, y por ello nos complicamos la vida intentando no ver esos pequeños detalles que ambos sabemos apreciar. 
A oscuras; así era más fácil mentirnos.

Mentirme. Podías hacerlo todas las veces que quisieras, porque tenías la gran ventaja de que yo no podía —o no lo quería, más bien— colgarte el teléfono cada vez que proponías 'tomarnos algo'; un 'algo' que siempre pasaba a ser un cóctel de sudor, sonrisas cínicas y gemidos.
Sexo. Y no tengo tapujo alguno en admitir que me encantaba. 
Me encantaba acabar las clases y esperar una llamada de esa voz tuya, ansiosa por adivinar qué llevo puesto e interesado por cómo me han ido las clases; o ese sms mañanero, en el cual elegías, junto con un 'buenos días, princesa', el color de mi ropa interior...
Cuando desaparecías, tenía días e incluso semanas para tumbarme en la cama a estudiar y gastar esas horas recordando tu respiración en mi nuca, oyendo en mi cabeza tu susurro de 'no te enamores de mi'.

No lo estaba. Pero tú te dedicabas a repetirmelo al oído cada vez que la postura te lo permitía. Y lo sé. Sé que sabes perfectamente lo mucho que me excita esa actitud tuya. Ese afán por mostrarme lo imposible que eres.. Pero, ¿Sabes? Siempre que me has dicho que no vas a volver he acabado con tu sonrisa entre mis piernas. 

No sé. Supongo que la contradicción a todo este desorden nuestro está en que a los dos nos gusta demasiado esta situación morbosa, este bucle de jugar a no sentir.. 
Nos gusta engañarnos, nos gusta desafiar lo imposible y te gusta hacerme gemir hasta llegar a ese límite en el que sólo notas como tiemblan mis rodillas. Me gusta gustarte, y sobre todo me encanta el detalle de que no duermas cuando me levanto; pero finges, como si esperaras ese beso detras de la oreja, como si te gustara mi café...



Es graciosa la situación que creamos; apagamos la luz, dejando el corazón a oscuras para que no sienta.. Pero olvidamos un gran detalle: A la mañana siguiente, tú te quedas tirado en la cama, mirando al blanco techo de tu cuarto, sonriendo al percatarte de que tus sábanas huelen a mi colonia mezclada con tabaco. Mientras que yo, creyendo que aún duermes, salgo de la ducha con el pelo empapado, dejando mis huellas sobre tu parquet y sonriendo estúpidamente al espejo, por el simple hecho de asimilar que cuando vuelva a la habitación, no tardarás en dejar el café de lado y quitarme este jersey, olvidándonos los dos de que ya no estamos a oscuras..