Atando cabos.

Quizá te encierres en una suite del piso catorce, colgando en la puerta un 'Do not disturb' para dedicarte a leerme, pasando las páginas con el dedo humedecido por tu lengua, sin poder evitar trazar paralelas entre el blanco del papel y mi piel, esa que tanto te gustaba erizar.



No es casualidad que 'pasado' y 'pasión' compartan un principio; ninguno de los dos términos da tregua si de recordar se trata, y peor aún se pone la cosa cuando, entre ellos, deciden hacer un cóctel y embriagar hasta el último sentido con sus cuatro partes de vodka, jugo de ganas y una pizca de cosas..viciosas.
Una vez que la salada verdad te vence, caes en la cuenta de que yo tenía más razón de la que tú me dabas; te limitabas a pensar que solo el amor podía atar una persona a otra, despreciando las fuerzas de rozamiento y las quemaduras en piel que ésas podían dejar marcadas. Por ello, sospecho que hasta tu espalda te recuerda hoy los diez postulados que yo no estudié por estar clavándote mis rojas uñas a conciencia; te recuerda lo que dejas atrás, te recuerda que importa más ahora que cuando estaba a tu alcance; como todo. Todo nos vicia más cuando desaparece. Todo apetece más cuanto más lejos estamos de ello. Ese 'todo', esa pasión pasada o pasado apasionado que ya nunca más volverá a decirte que te calles para seguir besándote sin razones. 
Razones. Esas que dejan de valer cuando ese mismo pasado apaga del todo la pasión, dejando las ganas sin cobertura.

Yo, por mi parte, y quizá en el rincón contrario del planeta, estoy atando cabos y con ellos el lazo de mi vestido azul, llegando a un par de conclusiones desde mi mar abierto. Ya sabes, complicándome las mañanas, como siempre.. 
La primera de dichas conclusiones ha sido la de que me importas. La segunda es que no sé por qué. No sé por qué me molesto en adivinar qué estarás haciendo ahora; no sé por qué he parado de arreglarme y me he desplomado sobre la cama para pensar en ello, siendo yo, desde siempre, de las que dejan el pensar de lado para coger el móvil y buscar tu nombre en la guía, marcar sin titubear ni un instante y decepcionarse al oír tu voz; pidiendo dejar un mensaje después de la señal. 
He cambiado. Y conmigo el rumbo y la dirección del viento que antes me empujaba a realizar mil y una locuras sin pensar que la tormenta es de las que no avisan. Ahora, cada paso que doy viene dado por una coordenada previamente analizada y calculada a conciencia; como si de tener miedo se tratase, pero no. 
Supongo que lo que aquí ha pasado es que mi Descartes personal ha decidido jubilarse, y con él se lleva su morale provisoire, dejando en mi la verdad absoluta de que tomarnos un cortado juntos y despertar a tu lado la mañana siguiente es y será una más de las ideas que, aún siendo sencillas, jamás formarán una cadena suficientemente fuerte para anclarte a mi.

Y así estamos, quizá tú con la vista perdida en las mil y una luces que alumbran la ciudad nocturna y hacen que cada una de las gotas de lluvia parezcan aparecer y desaparecer para distraerte, y hacer que dejes de pensar en este libro y en lo que acabas de leer en él. O no. Quizá esas gotas se hayan posado en tu ventanal con el fin banal de marcar con su recorrido esa curva de mi espalda, recordarte aquel olor a tierra mojada y hasta el tono de mi voz entrecortada, pidiendo que te quedes, al menos, unas horas más.
Quizá suspires, y te dé por imaginar qué estaré haciedo o pensando yo en ese mismo momento. Quizá lo adivines por un instante, y lo descartes, por pensar que es matemáticamente imposible la probabilidad de que yo esté, en esa misma fracción de tiempo, pensando en qué será lo que harás tú, descartando, obviamente, que puedas estar tumbado en la cama, divagando sobre si el vestido que arrugo aquí tumbada será azul o blanco; intentando adivinar el color de mis uñas y el detalle de si la historia que acabas de leer de esta página número 114 tiene algo que ver contigo.



Sé que muchas veces el frío del invierno se alía con mi delirio, y crea cosas como estas; sin pies ni cabeza. Sé que sabes rebuscar entre mis palabras, y sé que eso no es bueno. Sé que todo sería más fácil con tus hombros a disposición de mis piernas, pero también sé que nunca está de más tener ganas de algo imposible, improbable. ∞