Cuando te cansas de perder, lo mejor es seguir jugando.

Llega un día de esos en los que todas las etiquetas y problemas acaban en el fondo del cajón de las bragas; sin uso, porque, al fin y al cabo, de vez en cuando está bien olvidarse de todo y, simplemente, respirar.



El día en sí había sido duro, a pesar de que no me había movido de la cama pasadas ya las cuatro de la tarde mi mente estaba dando vueltas como un carrusel que no hace más que repetir, y repetir, y repetir, y repetir la misma melodía una y otra vez, esperando a que los niños se cansen de jugar y dejen de cabalgar sobre las pequeñas figuras. Mi alma en sí estaba igual; tan cansada como nunca de que estuvieras jugado con mis pequeños sentimientos, dándole mil vueltas a mi vida hasta que, por fin, acabé potando en tus caprichos y decidí que el amor ya no me sabía a café.
Llegados a este punto, mi plan era claro: yo y mi orgullo nos quedamos solos bajo esta manta, esperando un entretenimiento mejor que llorar en vela por llamadas que nunca harían vibrar el maldito iPhone, o palabras que no volvierían a sacudir este corazón que ahora solo late por no dejarme mal... Penoso, sí.Pero mi temor al género masculino y a sus arrebatos me ha quebrado los tobillos, una vez más.

Pausa, y rebobinando lo rota que me encuentro, lo interesante del día es que, sin quererlo yo—o sí, quién sabe—acabé en el sítio ideal y en el momento oportuno. Sí, y no sé cuál será la ley que rige las casualidades, pero sea como sea lo interesante empieza en la suite 185 de ese hotel del cual lo último que recuerdo es el nombre.

Lo mágico de Alicante es que, si sabes dónde ir, siempre encuentras lo que buscas; lo desastre de mi es que no sabía qué buscaba. Pero el destino dió una calada más y los giros de la vida hicieron que por fín mi móvil vibrase, aunque con un nombre un tanto inesperado.. 
Recibir la llamada de un viejo amigo siempre es oportuno, pero más aún cuando no tienes ni idea qué hacer con este cuerpo que, bajo su vestido blanco y el carmín esconde no más que un kilo y medio de pena. En fin. Sonreír, colgar, y parar el taxi era no más que el principio de una aventura que acabaría despeinándome y dejándome con el rimmel corrido, mucho. Y no precisamente por llorar..

Bajé, y ahí estaba él. Hace bastante tiempo que no tenía el placer de tomarme un café con este caballero que me saludaba con un intenso abrazo y esa sonrisa que tanto me gustaba en él, sobre todo en ese momento.. ¿Sospechoso? Quizá, pero esta noche todo me daba igual. En cierto modo...

Las horas en sí avanzaron con más vodka del permitido y las llaves de mi piso Dios sabe en qué váter acabaron; de lo único que me acuerdo es de la mancha de carmín que dejé sobre el cuello de esa camisa tuya que tanto me gustaba mientras te susurraba suplicando que me dejaras quedarme esa noche contigo, en el hotel.. con las llaves como excusa y el miedo a la soledad por bandera, detalles que supongo que notaste en mis ojos cuando tu sonrisa me tranquilizó con un 'sí, claro' que pude leer de tus labios, ya que la música, la pena y los grados habían dejado mis sentidos a cero, o casi.

Supongo que eso, entre otras cosas, es lo que te hizo decidir que ya habiamos malgastado demasiadas horas. En menos de diez minutos un taxi nos dejó en las puertas de ese hotel...

La suite era preciosa. Admito que me fijé, sobre todo, en las paredes recubiertas por madera mientras me quitaba los asesinos tacones sentada sobre la cama. 
Noté como te tumbaste detras mía y mis latidos comenzaron a traicionarme..  Fue extraño, pero sentí la necesidad de acercarme a ti y volver a oler ese perfume que, junto a tu sonrisa nerviosa, me estaba dando más de un motivo para acabar sobre ti y recordar lo bien que besabas.. Pero, mierda; un vestido tan ceñido no podía ser buen cómplice, y supongo que tu te fijaste en ello antes de que yo pudiese decir nada. 

Me cogió en brazos, y solo recuerdo el golpe seco que hizo quedarme desarmada entre su cuerpo y la pared. Me dió la vuelta, y en ese preciso momento comprendí que ya se había fijado en la larga cremallera que recorría mi espalda; noté su aliento en mi nuca mientras el vestido acababa a la altura de mis tobillos. Perfecto. Hace tres escasas horas estaba tapando mis errores con el carmín más rojo que os podáis imaginar, y ese vestido blanco era la venda que envolvía a esta rubia partida en dos que de la única fuerza que podía presumir era de la del ruido que producian sus pasos al caminar sobre sus catorce centímetros.. Y ahora. Bueno, ahora solo sé que sus dedos rozando mis rojos labios era la medicina exacta que podía oxidar este carrusel que no hace más que quebrarme los días.

En fin, acabar con mi propio carmin tatuado sobre todas las coordenadas posibles desde mi ombligo es algo que no estaba en mis planes, pero aún así puedo deciros que olvidar nunca me habías sentado tan bien.



Quizá este no haya sido el polvo más mágico de mi vida, y puede que follando no se rellene este crucigrama sentimental, pero sí puedo deciros que mi viejo amigo fué una de las piezas clave para darme cuenta de que no hace falta amor para que alguien te dé cariño una noche de esas en las que el helado y las películas ñoñas no curan. Una de esas noches en las cuales una simple sonrisa y un buen empujón contra la pared consigue poner las cosas en orden, y hace que el maldito carrusel deje de moler las ganas de seguir probando vida.