Manos.



Él me dijo un día que las manos no le impresionaban. Que sus manos no le impresionaban, y entonces me ofendí. ¿Cómo no iban a hacerlo? Grandes, tan llenas de historias como de cicatrices... De verdad os digo que nunca me entendió cuando yo le decía que con solo pensar en sus manos podía romper a llorar a la vez que morir de placer, no entedía cómo es que sólo un roce podía convertir el mármol en carne. 

Yo sí sabía de su mágia. Pero a pesar de eso decidí dejar de mencionarlas porque notaba que a veces mi corazón dejaba de latir si sus dedos índice y pulgar no le pellizcaban despacito de vez en cuando.