Dándole vueltas.

Mil asuntos, mil quizás. Pero lo curioso de todo es que sigo aquí sentada sin hacer absolutamente nada al respecto; me lamento, me maldigo pero, ¿Y qué de eso? Sigo en mi sillón azul, acurrucada, con la luz apagada y solo notando como dos velas que, mientras parpadean dando ambiente y calentándome el alma, son las que consiguen que se amenicen estas ganas de olvidarme de todo y solo pensar en ti. 

Es posible, mucho, que esto no sea ni moral, ni correcto, ni ético. Si, más bien es algo más atado al vicio que a las ganas; porque verás, llega un momento en la vida, en el cual dejas de tener simples ganas y todo pasa a ser ansia, todo pasa a regirse por reglas que una misma crea para marcar el límite que desea cruzar.. Esas ganas ya no soy antojos; son rabia por necesitar y no poder, rabia por no querer que se pueda y amputarse a sí misma la oportunidad óptima para cometer un pecado digno de ser relatado minuciosamente en tu diario, o al menos ser el recuerdo predilecto que te llega a la cabeza en las noches más solitarias del invierno.

Me entientes. Lo sé. Sé que, aunque intentes ser la inocente y correcta, sus miradas siguen produciéndote escalofríos. Sé que no dejas que su recuerdo te palpe, no permites que sus manos ausentes vuelvan a erizarte la piel; pero siempre acabas en el mismo sillón pasando X horas al día, creando metáforas desnudas sobre cómo él te desnudaba a ti, sobre cómo él jugaba con sus palabras para llegar a ti y provocar esa sonrisa nerviosa. De cómo, sin insistir, era capáz de catarte y sobre lo mucho que te gustaba todo aquello.

Las mujeres creemos, o más bien nos engañamos al pensar que hay hombres que solo serán un 'come y vete'. ¡Malditas necias! Nosotras somos más que un frío y dulce molde de pastelería, que al rellenarse con fresas y nata montada acaba siendo deborado y olvidado. Nosotras recordamos cada caricia, cada una de las manos que nos rozan, y su manera de hacerlo; muchas veces hasta añoramos la manera de besar de ese desconocido de anoche del cual ni sabíamos el nombre, y miles de veces vamos catalogando las lenguas y sus usos aunque no nos acordemos del color de ojos de sus propietarios.

Mujeres, y las complicaciones. La única pareja ideal en este universo de hombres perfectos cuando comen y callan; de hombres sin nombres, ni fechas de nacimiento. ni dirección, ni teléfono, pero sí con unas manos idóneas, una espalda amplia y unos labios que hacen el pack completo con la lengua más apetecible. Hombres que son recuerdos las tardes más tristes y lluviosas, hombres que nos catan y que, sin quererlo ni saberlo, van lamiendo, a su vez, las heridas que otros seres de su especie han dejado al pasar y dejar su olor en almohadas que cada noche susurran nombres, apellidos, dirección, teléfono, color de ojos, de pelo y hasta la talla exacta de boxers de aquel que no se disolvió entre el humo de tabaco porque a ti re sió la gana, si no aquel que se quedó por puro e insano vicio.



Muchas veces pensamos que recordar duele, pero no sabemos lo muy equivocadas que estamos al pensar que una lengua sustiruye a otra; un nuevo desconocido solo se pone en el lugar de ese recuerdo masculino que intentabas olvidar, para ser el nuevo y renovado principe de espaldas anchas que aparece en tu mente cada vez que haces el amago de evadirte en ese sillón azul, siendo ahora el nuevo vicio que decidió calarse entre tu pelo y llegar al corazón.