Bebía y sorbía fuerte mientras escuchaba mi sucia súplica.
Dio otro trago y se acercó. Se acercó más. Acercó su boca a la mía y sí: el té era rojo con anís y ciruela. Luego se alejó para dar otro sorbo, sonoro, mientras yo vigilaba su nuez; esperando verla subir y bajar anunciando el trago, pero no...
Volvió a mi y...¡auch! Ese té estaba deliciosamente caliente y creo que ahora le gustaba más: ya no sorbía tan fuerte, pero se relamía después de cada trago...
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Ay, ya entendéis por qué me tiemblan las piernas cada vez que oigo una cuchara tintinear dentro de su taza, ¿verdad?