Vuelvo a deshojar relojes.

Él podría dejar su maleta en mi vientre.
Podría olvidarla.
Pero, en lugar de eso, no hace más que viajar en círculos,
en bucles,
en infinitos...
Recordando todo menos las razones que le doy para quedarse.

Y yo,
mientras tanto,
me pregunto si todo esto vale la pena o mi vida entera—las cuales a veces confundo entre ellas—y quedo
fundida
en el silencio de una espera que arruga mis manos, mi rostro y mi alma;
lluvia.
Mi reloj de arena va restando gotas y menos mal: es dulce el dolor de saber que todo esto acabará cuando las nubes de mis ojos queden secas.