Perra vida.



Esto Bukowski tampoco lo escribiría así. 
Aunque admito que yo solita me he buscado que me trates como a tu perra; esa única necia que espera junto a la puerta a que vuelvas de comprar tabaco. Y ni siquiera me gusta que fumes. 

 Me paso los días olisqueando el aire que entra por debajo de la puerta de la entrada y huelo de todo menos a ti; la cena de la vecinaDios sabrá qué será eso que la señora echó en su cazuela—, esa rata que murió hace unos días debajo de las escaleras del portal, la mierda que alguien pisó y limpió de su zapatilla en nuestro felpudo... La verdad es que nunca me ha gustado esperar. Lo odio. Hasta juraría que lo detesto si no fuera porque cuando llegas se me olvida.


 Si es que llegas, claro.


Ya que últimamente lo único que noto es que me sonríes y me abandonas con la misma frecuencia, y no sé si eso me gusta—aunque sé que tú crees que sí, ¡Cómo no! Siempre que leo tu nombre el meneo de mi cola pasa a ser un metrónomo que se dedica a medir el tiempo y la velocidad con la que tocas a la puerta. Y no, estúpido, no estoy creando ningún drama sentimental. Te explico: Lo mejor de los animales es que hacen creer que te quieren incondicionalmente, mientras la única y triste verdad es que viven atados a ti por la necesidad de un cobijo, comida y algo de mimos. Qué asco de verdad. Pero gracias a ella es por la cual te chupo los dedos en vez de morderte la mano; porque me das de eso: Me alimentas. Me sacias de ti y no puedo evitar echar de menos la saliva que me da de beber. No sé si me entiendes...

Bukowski también tuvo una perra, ¿Sabes? Una perra que aparentemente le amaba y esperaba tumbada en la entrada a que él volviese de alguna de sus borracheras. Y el maldito viejo la abandonó. Sí. Porque estaba tan falto de amor que pensó que si la abandonaba al menos habría alguien en el mundo que le echaría de menos. Tan sabio como estúpido. Y ella le olvidó. La perra, digo. 


A donde quiero llegar es a hacerte saber que me encantaría follar contigo a todas horas; acogerte entre mis piernas cuando el mundo se te haga pequeño y te ahogues incluso en tu jarra de cerveza. Sería un placer decirte por teléfono lo mucho que echo de menos tu polla cada una de esas veces que me llamas a causa de algún arrebato que aún no logro entender. Pero creo que por mucho que me guste lamerte y notar esa inquietud en la tripa mientras subes los escalones; yo no soy de esas. Ojalá, de hecho. Estaría bien. Pero a diferencia de la cachorra de Bukowski; yo sólo puedo esperar tu vuelta si además de tabaco, tus problemas y borracheras traes algo para mi. Lo que sea, de verdad. Puedes pincharme con tu barba de tres días, sonreírme y regalarme ese hoyuelo. Puedes recomendarme una película o contarme lo mucho que te ha gustado un libro. Puedes darme silencio. Puedes odiarme. Pero, por favor; no me hagas sentir más abandonada de lo que ya lo estoy. O al menos utilíza mi necesitadad a tu antojo sin que a mi me duela.



Gracias.