Nadie ha pensado hoy en ti; date cuenta. Nadie te ha preguntado si hoy te apetece reír, llorar, hablar o, simplemente callar y mirarle a los ojos las horas que hagan falta antes de que se duerma. Nadie ha sabido percibir tus ganas de comerte el mundo, ni han sabido tampoco aprender a notar que los dolores ajenos no son siempre físicos. Nadie.
—
Y así es el mundo: Frío, callado y con la mirada perdida en los paisajes urbanos que deja atrás el ruidoso autobús. Sus verdades suelen ser como los cristales rallados: solo las percibes cuando una luz cegadora incide directamente, hiriendo tu mirada y mostrando que las personas no siempre son tan transparentes como parecen; duele, sí. Pero al menos de esa manera podemos descifrar esas dudas que palpábamos al pasar el dedo sobre el, aparentemente, liso y translúcido cristal.
Por su parte, los baches y curvas de la carretera te hacen dar tumbos durante todo el trayecto, cuales lecciones de vida pero, ¿Para qué? Si cuando llegamos a nuestro destino nos toca enfrentarnos a una nueva carrera la cual, o ganamos, o perderemos mucho más que tiempo..
Hablado de tiempo. Ese que pasa efímero, como las luces anaranjadas de los viajes nocturnos; alumbran las caras de todos los pasajeros de este autobús, como buscando una expresión que difiera de las demás. Pero aquí todos estamos serios, con la mirada perdida y esperando no olvidar darle al botón rojo para solicitar parada. Nuestro tiempo es triste. Y la única cosa común que seguramente se nos pase por la cabeza es que ojalá existiese un botón rojo para parar al huésped cardíaco cuando más le duela latir. Pararlo, y bajar del mundo para que este siga girando a su merced pero, esta vez, sin marearnos.
Así pues: el mundo es un autobús. Sucio, caro y no siempre con un sitio para nosotros. A veces puntual, otras no tanto; pero siempre infalible, llegando a la parada concreta y parando en la solicitada, aunque no sin baches de por medio.
...
Odio los autobuses.
Odio las caras tristes y los baches que me causan dolor de cabeza.