Menú del desayuno

Por las mañanas lo primero que me pregunto es si me habrás escrito. Cuando me respondo un 'no', lo segundo que me pregunto es cómo me habré logrado dormir anoche. 'No lo recuerdo', claro.

¿Quién me habrá matado para que haya podido cerrar los ojos? 'El mismo que no te escribe'.

Claro.

Lo cuarto y último que me pregunto—antes de regresar bajo la cáscara de mi manta— es: ¿para qué diantres me habré despertado?

Claro: para ver que no me has escrito y volver a morir de nuevo.

Buenos días.

Pues no sé...

¿Pero quién te crees que eres? Las razones para estar triste las elijo yo de entre mis desastres y nadie, escucha, ¡Nadie más! Debería poder venir y decir: 'Toma, prepárate; voy a hacerte daño. Pero no te preocupes, que te dejo las llaves del pecho atadas a la garganta; para que, cada vez que tragues saliva o suspires, te acuerdes de mí. Jódete y sé feliz. Te quise.'