Juguemos a recordar.



Me acuerdo de cuando dijiste que te gustaba esa falsa inocencia que transmitía la ropa interior con las caras estampadas de los personajes de dibujos animados. Te encantaba por la mentira que conllevaba su uso; inocencia rota con las mínimas ganas de tener unas manos ajenas desatando el lazo rosa que adornaba mis caderas.. ¿Recuerdas? Te volvía loco la idea. Y más aún cuando te informaba en altas horas de la noche de que un antojo de tu maldita lengua no dejaba que mis manos y mi mente barajaran la posibilidad de, por fin, olvidarte. O quizá yo no quisiera hacerlo. Es igual. El caso es que la noche se negaba a conquistar unos ojos que cambiaban cualquier sueño por verse reflejados en tus pupilas.

Sí. Es cierto. Soy una princesa masoquista perdida en este jardín estampado en mis sábanas; malditas trepadoras, enredándose en mi cuerpo oliendo aún a ti. Ahogándome. Lento. Aliándose con la almohada para que ésta me susurre tus sucias palabras, como en venganza a las veces que clavé mis dientes en ella..



Y así es como todo me recuerda a ti mientras tú me olvidas. Así es como mueren las mariposas y nacen las ganas. Así es como, de manera lenta pero concreta, busco alternativas a esos vicios que me regalaste en aquella primera y última cita, ¿Te acuerdas? Yo pensaba que no bebía, pero acabé en un baño de bar con la mente etílica y las bragas bajadas. Igual que tú, que llevabas dos meses dejándote el tabaco para acabar fumándome sin filtro. Todo lógico.

Sí. Los dos fallamos y follamos igual de bien, pero esa tarde se nos olvidó calcular las horas que nos pasamos hablando antes y después de equivocarnos; me dejaste conocerte demasiado, y yo te permití entrar sin a penas tocar...

Fue todo demasiado fácil. Y eso es lo que nos hizo pensar que podíamos llegar a algo más allá de los orgasmos; vaya necios, ¿Cómo pudimos olvidar el pequeño detalle de que eso de 'amar' no se creó para nosotros?

Tu y yo éramos de esos que jugaban con las personas y ansiaban más por el simple hecho de que 'lo justo' nos parecía poco.
Éramos aparentes almas en pena, dos estatuas de hielo con un corazón similar a un viejo burdel; lleno de terciopelo rosa y sentimientos indecentes buscando un nuevo cliente que desnudar en una de sus frías camas y llenarla, aunque fuese solo por esa noche, de un amor prefabricado capaz de hacer gemir hasta a las paredes. Esas que absorbían lo ocurrido, sufrían y callaban, esperando a que llegue una de esas noches frías en las que el café y el olor a lluvia hacían ver el gran error que ambos cometíamos jugando a no sentir.

Fuimos unos masoquistas mentirosos; yo yendo de femme fatale por la vida, viendo como los hombres me miran el trasero y sonriendo por saber que ellos ni sospechan el hecho de que llevo un tanga con gatitos, nada acorde con mi actitud.. Y conquistándolas a todas como si lo tuyo fuesen las mujeres efímeras de noche y taxi, mientras en realidad buscabas entre todas ellas una boca que supiera parecerse a la mía.

Vaya dos.

Vaya perdida de tiempo. Pudiendo estar rompiendo camas estamos aquí, partiéndonos en dosseparando las mitades que buscan comprensión y dejando que nuestro yo insensible vuelva a hacernos olvidar, aunque solo sea por unos meses, ese hecho de que solo somos uno cuando nos encontramos por casualidad en la calle y tú sonríes al adivinar qué tipo de ropa interior esconde mi vestido rojo. Y yo, a su vez, me río de todas esas miradas hundidas en rimmel que te miran al pasar, pensando que sonríes a una más de tus muchas presas; siendo yo el único 'te llamaré' que cumplirías si yo algún día accediera a darte mi número.

Algún día. Si me acuerdo...

Viajes, autobuses.. Y las reflexiones mientras estos.




Nadie ha pensado hoy en ti; date cuenta. Nadie te ha preguntado si hoy te apetece reír, llorar, hablar o, simplemente callar y mirarle a los ojos las horas que hagan falta antes de que se duerma. Nadie ha sabido percibir tus ganas de comerte el mundo, ni han sabido tampoco aprender a notar que los dolores ajenos no son siempre físicos. Nadie.



Y así es el mundo: Frío, callado y con la mirada perdida en los paisajes urbanos que deja atrás el ruidoso autobús. Sus verdades suelen ser como los cristales rallados: solo las percibes cuando una luz cegadora incide directamente, hiriendo tu mirada y mostrando que las personas no siempre son tan transparentes como parecen; duele, sí. Pero al menos de esa manera podemos descifrar esas dudas que palpábamos al pasar el dedo sobre el, aparentemente, liso y translúcido cristal.
Por su parte, los baches y curvas de la carretera te hacen dar tumbos durante todo el trayecto, cuales lecciones de vida pero, ¿Para qué? Si cuando llegamos a nuestro destino nos toca enfrentarnos a una nueva carrera la cual, o ganamos, o perderemos mucho más que tiempo..

Hablado de tiempo. Ese que pasa efímero, como las luces anaranjadas de los viajes nocturnos; alumbran las caras de todos los pasajeros de este autobús, como buscando una expresión que difiera de las demás. Pero aquí todos estamos serios, con la mirada perdida y esperando no olvidar darle al botón rojo para solicitar parada. Nuestro tiempo es triste. Y la única cosa común que seguramente se nos pase por la cabeza es que ojalá existiese un botón rojo para parar al huésped cardíaco cuando más le duela latir. Pararlo, y bajar del mundo para que este siga girando a su merced pero, esta vez, sin marearnos.

Así pues: el mundo es un autobús. Sucio, caro y no siempre con un sitio para nosotros. A veces puntual, otras no tanto; pero siempre infalible, llegando a la parada concreta y parando en la solicitada, aunque no sin baches de por medio.

...

Odio los autobuses.

Odio las caras tristes y los baches que me causan dolor de cabeza.

Odio ir sentada a contra dirección, pero no me neguéis que es mucho más lógico y sencillo ver pasar al propio pasado que intentar percibir qué es lo que me espera a un kilómetro; si un bache, una curva o una parada, si me dolerá la inercia o si un nuevo pasajero se sentará a mi lado.. Prefiero perderme entre los cascos y olvidar esas caras tristes que se tambalean al compás de los bruscos acelerones del conductor; prefiero ver quedarse atrás las paradas que no necesitaba y concentrarme en ese botón rojo que me dejará justo en la salida de mi próximo viaje y también, si es menester, parará mi motor cuando mi mirada se vuelva cristalina y refleje las palabras 'Avería, las ausencias vuelven a latir.'</>

Cafeína, y las reflexiones mientras ésta. II


En los diez minutos que llevo tumbada en el jardín he visto pasar un total de cinco aviones.
Cinco minúsculos puntos blancos han recorrido mi campo de visión; cinco pequeñas casualidades que han sucedido, mostrándome la efímera barrera entre el presente, pasado y el futuro: De ese último no sé nada, y ya quedó pasado el momento en el que me tumbé aquí. Lo que yo llamé presente un par de líneas más arriba ya no es más que el pasado que voy a mencionar justo después de estas palabras: Se fue y fue.

Sí, es cierto. Todo esto es tan extraño como el pensar que sobre mi cabeza hayan pasado un total aproximado de 600 personas.. ¿Os imagináis? Seiscientas vidas que serán protagonistas de la reflexión de una perdida que les ha observado sin que ellos se diesen cuenta. A metros de altura, todos congregados en un punto blanco que deja su estela como certificado de que, efectivamente, el pasado lo es porque hace un segundo fue presente.

Y ahí queda, esa fina barrera temporal destacando sobre el azul cielo...

En cuanto a esas vidas.. ¿Dónde irán? ¿De dónde vienen? ¿Habrá alguien enamorado a bordo? ¿Alguien que esté arrepentido? ¿Alguien que eche de menos? ¿Algún médico?..
No sabéis lo que daría por conocer al menos una de las historias que acaban de sobrevolarme; escribirla aquí, y demostrar con ello que no soy la única que prefiere ser pasado que un futuro amor incierto, que no soy la única que se arrepiente de haber alzado vuelos equivocados y que, mucho menos, soy la única necia que echa de menos todo aquello que se pierde con el equipaje...

En fin, llamémoslo 'V.I.D.A.' (Venidas, Idas, Dramas y Amor) ¿Os parece? Llamémoslo así porque otro nombre podría ser demasiado corto como para explicar su compleja razón de ser. O muy largo, con lo cual perderíamos muchos segundos mientras intentamos hablar de lo que una vez no supimos que tendríamos, pero que sucedió, aún no quedándose por mucho tiempo..

Demasiadas palabras. Volvamos al vulgar y fácil 'vida'.

No soy médico—y si hay alguno en la sala que alce la mano y diga 'miau'— pero puedo afirmar que la vida es una variante de la inmuno-deficiencia adquirida: Sin cura, prevenible y en la mayor parte de los casos sufrida por esos viciosos que intentan franquear los obstáculos del tiempo saltando por sus cornisas sin capa de superhéroe. Necios. Somos esos los que acabamos sufriendo la vida por querer conocer de ella cada uno de los límites y desafiarlos, hasta darnos cuenta de que no somos lo suficientemente sabios como para burlar las casualidades que nos vienen predestinadas.

Somos nosotros, esos insensatos sin poderes mágicos ni armadura, los que contagiamos las ganas de vivir a través de sonrisas, miradas, roces, caricias, palabras... Y nadie se salva, por muchas capas de ropa que lleve encima, de empaparse de esa sensación ambiciosa de querer acelerar el reloj que late sobre la mesa de la oficina; romper su compás, y salir por la puerta grande llamando a esa persona que pensaba imposible; verle, contagiarse de su vida. Enamorarle. Y sentir en el pecho ese cosquilleo que inhibe las funciones básicas que hacen dudar sobre si fracasaremos o no; que nos echan para atrás cuando tememos al futuro por una mala experiencia del pasado..

Olvidarlo todo.

Y dejar que esa sonrisa ajena cale dentro de nosotros, impulsándonos a mandar todo a tomar viento y coger el primer vuelo a ninguna parte; perder el equipaje, echar de menos lo que perdimos y arrepentirnos por no haberlo hecho antes; por no saber que lo que en el pasado no apreciamos y perdimos en el presente lo echaremos en falta estando en un futuro vuelo de catorce horas.

Tiempo. Corre. Vuela. Jode. Quema.

Esta es mi historia. Contada desde mi jardín mientras observo como seiscientas vidas van a dar la vuelta al mundo contagiando y contagiándose de nuevas ganas de eso que vulgarmente llaman 'vida'.

Ojalá.


Quiéreme después de la señal.


Hace mucho que dejé de exigirle al mundo sonrisas que creí que me debían esos transeúntes que se cruzaban en mi camino hacia el trabajo, principalmente porque caí en la cuenta de que, hasta el mínimo detalle, debía ser recíproco para ser realmente justo.

Así pues, recordé el hecho de que a mi no me gustaba sonreír en Septiembre, y menos aún sabiendo que la sonrisa fingida que yo pueda regalar me sería devuelta con otra que, muy probablemente, vendría causada por la alegría de que el frío por fin conquiste estas calles.

Envidia. Sí.

La felicidad ajena no hace feliz a las personas ambiciosas como lo soy yo; nosotros siempre deseamos más. Crecemos, y nos parece poco. Por ello seguimos y seguimos estirando el brazo en un afán inútil de rozar el cielo; nos inclinamos, y finalmente acabamos siendo no más que un bello ejemplo de lo que no se debe hacer.
Un monumento a la estupidez humana, a la avaricia, a la gula... Así somos, y la envidia es ese efecto secundario irremediable que surge cuando intentas dejar dicha adicción; y precisamente eso era lo que yo intentaba hacer: Dejar atrás mi afán de vuelo libre y, simplemente, olvidar.

Y para ello, luchaba contra mi misma cada mañana, sustituyendo el sinestésico café por té con frutas del bosque y, como si fuese a perderme entre sus árboles, intentaba inútilmente que ese olor dulce me embriagara expulsando de mi mente el amargo sabor de las despedidas..

Te fuiste. Me fui. Au revoir.

Y eso no me iba a afectar, o al menos no iba a dejar que lo hiciese sin oponerme.

De esta manera, también me alié con las frías duchas mañaneras y los calientes baños nocturnos a la luz de las velas; el agua con sales era mis lágrimas perdidas por el sumidero, y las duchas frías fingían ser los escalofríos que le debía tu aliento a mi espalda.

Sobrevivía, como ves. Con Vetusta hablándome de lo traicionera que puede llegar a ser la marea, y Dorian, llevándome a cualquier otra parte..

Me sumí desde el día 1 en la dieta egoísta de no pensar en la felicidad que un día llegué a saborear más que al café; mi vicio por excelencia, ese que ahora solo está al fondo del cajón esperando que algún día y una vez más, exprima de esa cápsula una sonrisa viciosa que no podrá no acabar con el labio inferior entre mis dientes..

En fin. También he de confesar que, como en toda buena dieta; los fin de semana eran para pecar. Cierto. Y aquí tenéis a esa excomulgada que se tiraba en el sofá los Sábados noche, simulando un vuelo en business class con el iPhone en modo avión. Esa, que calentaba sus solitarias y finas manos con una enorme taza de latte macchiato, contrastando el calor artificial de su corazón con la fría brisa otoñal que entraba por el balcón entreabierto; haciendo ondular las cortinas casi a propósito para que esa suerte gris de ojos juguetones distrajese a su dueña de pensar en lo mucho que deseaba cambiar su pijama por una de tus camisas..



¿Te acuerdas? Yo sí.

Era un Sábado como hoy, las mismas 07: 56 p.m. marcaba el reloj del móvil cuando empecé a marcar tu número para decir que 'lo nuestro' no podía seguir siendo tan confuso como lo era yo misma; no podíamos subir al cielo, y a la mañana siguiente caer de golpe dándonos cuenta de lo que no debimos haber hecho..

Así pues, te lo dejé claro: 'dámelo todo, o vete' porque quería que te decidieras.

Y quiero que lo hagas hoy también.

Quiero que elijas un circuito para correr. Hoy quiero velocidad. Y solo tienes dos opciones: vertical u horizontal; solo dos sonrisas, una caída, un vértigo.. Y estas ganas mías de gritarle a la noche que, si Dios existe, está ahora mismo enredado entre mis sábanas...

Perdona por este arrebato, pero todo es culpa de la voz que me ha anunciado que debo dejar el mensaje después de la señal; esa voz tuya me ha motivado a llegar la primera. A ganar. A ganarte. Porque necesito volver a ser la ambiciosa que era antes; necesito necesitarte aunque te pierdas semanas enteras... Necesito el miedo masoquista de que no vuelvas por la sencilla razón de que mi vestido favorito me quedaba mejor cuando te esperaba nerviosa... Necesito necesitar. Y eso solo me lo puedes dar tú.

Entiendo si no me devuelves la llamada, porque seguramente estarás de profunda resaca mañana por la noche que hoy te beberás de un trago, pero al menos espero ese SMS que me solía recordar lo boba que soy y que lo mucho que te acuerdas de mi, y de mi piel, y de mis piernas...

En fin, voy a ver si mi tigre ha roto del todo la cortina y, de paso, a hacerme otro café porque este, al igual que oír tu voz en el contestador, me ha sabido a poco.

Te dejaré otro mensaje cuando me pase del café al Jack; me queda mucha noche y estoy sola en casa.

Muy sola, rodeada de velas, con el rimmel corrido y fría..

No quiero que vengas.

Adiós..